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Tanto los temas como el tratamiento de las imágenes  y del espacio visual son un intento de representar nuestro orígenes desde una cuestionante noción de identidad. Se trata de la identidad de las máscaras.; de un contrasentido cuya finalidad es reunir las condiciones en un solo concepto: la identidad es el ser, lo sustantivo de las cosas, la esencia que permanece; las máscaras, el mundo del no ser o del otro, de lo aparencial o de una falsa impresión de cambio. Son a la vez máscaras y seres auténticos, o más bien, son rostros como máscaras y como máscaras expresan lo auténtico del ser porque en el espacio mítico esencia y apariencia se confunden. 

 

El intercambio simbólico entre pasado y presente cuestiona la naturaleza misma de lo sacro y lo profano, del mito y la terrenalidad, y contribuye a ese proceso de desmitificación que el artista considera como un objetivo de su obra. El acto mismo de desmitificar reactualiza el sentido del mensaje:

 

En el mismo sitio existencial han cambiado los contextos. Una serie con aires de autoretrato cuya visión está construida con las mismas formas y atributos que sus figuras míticas: la máscara es quien nos mira, los ojos están cerrados. Y es que en el universo de las ambivalencias, los rostros y los estados del ser son intercambiables. Por otra parte, la identificación -bretchiana- del autor con esas figuras logra otro nivel de abstracción: en la instancia mítica no hay individualidad posible.

 

Quizás esto explique la coherencia de una simbología que utiliza un modelo expresivo reiterado –hieratismo, inexpresividad, frontalidad en primer plano…- variando un sentido en función de otros contextos y atributos.

 

Jorge de la Fuente

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